La pregunta política por excelencia es:
¿cuál es el pasado que ahora adelanta su mandíbula?
Pascal Quignard[1]
Luchamos
por dejar atrás un pasado que, como la sombra, no nos abandona. La lucha
consiste en dejarlo ahí, en el ostracismo. Cuando emerge, luce como una amenaza
que puede sustraernos algo, quizá lo más preciado.
***
En el
partido Uruguay vs Italia de la primera ronda del mundial de Brasil 2014, el
delantero Luis Suárez se abalanza sobre el defensa italiano Chiellini y lo
muerde en el hombro. Hay una imagen, de hace un año antes en la Copa
Confederaciones, en la que Suárez aparece detrás del mismo Chiellini, justo
encima del hombro, con las fauces abiertas y los dientes prestos al ataque. En
esa ocasión no lo alcanzó, aun así no era el primer caso, antes había mordido a
dos jugadores más: a Ivanovic del Chelsie de Inglaterra y a Bakkal cuando
jugaba en Holanda.
Este
hecho, y su respectiva sanción, tuvieron diversas reacciones. Algunos, incluido
el presidente de la nación, José Mujica, y la Asociación Uruguaya de Futbol
(AUF) en pleno, optaron por la negación del hecho, incluso señalaron que el
defensa Chiellini pudo haber tenido esa lesión previamente y exigieron un
examen forense. La mayoría coincidió en que debía ser sancionado, pero que el castigo
fue excesivo. Opinan que la FIFA no está juzgando al futbolista sino a la
persona, al incluso prohibirle, como a los perros, la entrada a los estadios.
Ramón Besa señala la doble moral del ente rector del fútbol, al sancionarlo con
nueve partidos internacionales y la prohibición de ejercer cualquier actividad
vinculada con el fútbol durante cuatro meses, pero sí permitir su venta a otro
equipo: “Hay que mantener el negocio y aplicar el fair play. Así es de hipócrita la FIFA, de nuevo
populista y arbitraria: no se sabe por qué meter el dedo en un ojo, dar un
codazo, pegar un cabezazo o romper la tibia y el peroné sale más barato que un
mordisco”[2].
Comparto
lo que dice el columnista de El País
de España sobre el ánimo de lucro descarado de la FIFA, su voracidad frente a
los países organizadores del mundial. En cambio creo que tal vez sí haya una
respuesta al porqué es más grave para el reglamento un mordisco que una patada
alevosa que atente contra la integridad de un futbolista.
Es
claro, un mordisco (bueno, depende del lugar) no te saca del partido, ni te incapacitaría
para jugar el próximo, hay otro tipo de faltas con mayor riesgo para un
futbolista. Un escupitajo es menos lesivo que un codazo, pero también tiene una
sanción mayor (hasta ahora la mayor sanción en un mundial, un año, la tiene un
iraquí por escupir a un árbitro; colombiano, por demás). No es la agresión al
futbolista o a la ley (el árbitro) lo que se midió en este caso, es la amenaza
a la sociedad en su conjunto lo que castiga la FIFA; hace siglos, suponen,
hemos dejado de querer comernos unos a otros. Algunos casos de canibalismo aún
presentes (los sobrevivientes de un accidente aéreo en los Andes, quienes
terminaron comiéndose unos a otros para poder sobrevivir, casualmente eran
uruguayos) nos convencen de que es un impulso superado por las personas
normales. El hecho de que algunos lo hagan solo muestra lo extremo de la situación
o lo trastornados que están; pero no la sociedad, esta ya ha superado su pasado
animal, piensan.
***
Alguien
expresaba que el atractivo del boxeo es que va directo al motivo de toda
contienda, abatir al rival. Pero la acción de Suárez está por fuera de la
competencia, el futbol es un deporte de conjunto, al morder al rival no se está
buscando derrotarlo (en el caso del futbol, anotar más goles que el rival), el
impulso que satisface es totalmente egoísta, individual. Un mordisco no es una
falta típica del juego del futbol, ni de ningún otro deporte. La mano de Dios, ese engaño que aún
avergüenza a la FIFA, es una burla al reglamento, pero aun así la intención era
buscar el resultado. En el caso de Suárez ocurre otra cosa. Suárez, la mayor
parte del tiempo, juega para su equipo, pero a veces juega sólo para sí mismo. De
ahí la severidad de la sanción de la FIFA, a un exceso se responde con otro
exceso, se expulsa de la manada. Aquellos que se alejan del redil, siempre serán
señalados y juzgados como el mayor peligro, ya que nos pueden recordar la clase
de especie que somos. Pero, ¿qué clase de especie somos?
Aceptamos,
no sin cierta alarma, que los niños muerdan en la guardería, un poco menos en
el jardín y nunca en la escuela, al avanzar en la socialización solo se muerden
los alimentos cuando comemos sentados en la mesa. Si persisten esas
aspiraciones de morder y ser mordido, deben restringirse a la esfera de lo
privado y, más aún, a lo íntimo. “Más que un castigo puro y simple, justo pero
ciego, un caso como el de las mandíbulas de Suárez debería corregirse con una
sanción condicionada: el jugador volverá a los campos de juego cuando un
terapeuta certifique que su afición a hincar el diente ha desaparecido.
Mientras tanto, que muerda algo en casa”[3].
Creemos que morder es solo un desperfecto momentáneo, una falla en la
educación, que un terapeuta puede corregir, el impulso de morder a otro
semejante queda por fuera de la esfera de lo humano.
Como
pertenecientes a una noble especie, con el destino manifiesto de proteger a
otras especies y salvar al planeta (por lo menos en las tiras cómicas), suponen,
quienes hacen una lectura progresista de la teoría de la evolución, que el
proceso de civilización y por ende de humanización (el cual empieza después de
la hominización) consistió en una separación paulatina de los demás animales.
Un humano es un animal que ha dejado de serlo; incluso la expresión “animal” se
emplea en el habla cotidiana para designar a alguien bruto, de comportamiento
instintivo y grosero. Pero tal vez esta idea no sea más que la elaboración
secundaria que encubre un origen oscuro. La sociedad se sostiene en la amnesia
del acto fundacional de sí misma.
Según
Pascal Quignard, las primeras sociedades humanas se formaron como jaurías en
busca de alimentos, primero como carroñeros y luego como cazadores, la idea de
sociedad surgió de la imitación de las fieras que nos devoraban. No fue
separándonos de los animales que nos convertimos en humanos, por el contrario,
nos hicimos humanos imitando a los animales, a nuestros depredadores. De la
caza fue emergiendo la domesticación, no solo de las plantas y los animales,
sino de los semejantes, una expresión más elaborada, civilizada si se quiere,
pero al fin de cuentas velada, de la cacería.
Posteriormente,
las sociedades se mantuvieron en la amnesia de ese acto, infame para las
costumbres de una especie hecha a imagen y semejanza de dios. La FIFA con su
severidad sale a la defensa de los nobles orígenes de la sociedad, o más bien
de su olvido. Ese mordisco nos trajo un pasado que preferimos desconocer. La
sanción, inexorable, era imprescindible para que la gente de bien pudiera
dormir más tranquila al saber que no somos “eso”, simplemente Suárez es un
enfermo que merece castigo y, si es posible, ayuda psiquiátrica.
La
naturaleza o la esencia humana es algo que sigue en discusión, otros optimistas
dirán que en construcción; Nietzsche hablaba del hombre como algo que ha de-venir,
y se entusiasmó con el Superhombre, seguramente a este no le habría quitado los
dientes, ni hubiese sancionado el placer de usarlos a su antojo. ¿Qué es,
entonces, lo humano?, seguimos ensayando maneras de ser.
***
El acto
de Suárez develó a la FIFA, su política intervencionista que no es otra que la
del mordisco, el cual deja a la presa (el país anfitrión) herida y sangrante. Quizá
en ningún otro caso como en este, la definición de política dada por el diputado francés Jules Delahaye en 1892 se
ajuste tanto a los hechos que presenciamos en este mundial: “Es el saqueo a
plena luz del día de la fortuna de los ciudadanos, de los pobres, de los
necesitados, por hombres que tienen la obligación de protegerla”[4].
Lo más asombroso de la definición es sin duda “a plena luz del día”. Al final,
después de ayudarles a cargar el botín, hay que darle las gracias a la FIFA por
el saqueo.
A los
días, Suárez reconoció que sí había mordido a su colega, pidió públicamente
perdón al afectado y a la sociedad en general y prometió no volver a hacerlo. Esta
disculpa, presionada por el club dueño de los derechos deportivos del jugador
tratando de mantener su valor comercial, dejó sin piso la teoría de José Mujica.
A pesar de la ingenuidad del presidente de Uruguay fue de los pocos que
entendió lo que se estaba jugando en esta sanción, y no dudó en tildar a los
dirigentes de la FIFA como “una manga de viejos hijos de puta”.
Fue un
acto egoísta, sí; antideportivo, sin duda; pero en todo caso liberador, mostró
que algunos, a veces, pueden sacudirse, por un instante, de la domesticación que
sostiene a la sociedad y nos mantiene obedientes a sus designios. A Suárez lo
desactivaron, la FIFA le puso el bozal, y a través de él nos mandó un mensaje a
todos: “no se les olvide que aquí la única que muerde soy yo”.
[1]
Quignard, Pascal (2013). Los desarzonados.
Buenos Aires: Cuenco de plata.
[2]
Tomado de: “El bochorno de la FIFA” http://deportes.elpais.com/deportes/2014/06/26/mundial_futbol/1403801968_761269.html?rel=rosEP
(Consultado el 26 de junio de 2014)
[3]
Tomado de: “Afición a la dentellada” http://elpais.com/elpais/2014/06/26/opinion/1403811548_572009.html
(Consultado el 26 de junio de 2014)
[4]
Quignard, Pascal (2013). Los desarzonados.
Buenos Aires: Cuenco de plata, p194.