A
propósito de la novela Era más grande el
muerto de Luis Miguel Rivas
Como
casi siempre que me encuentro con Juan Gabriel, tardamos poco tiempo para
empezar a diseccionar nuestras lecturas actuales. Esa tarde, llevaba en la mano
un ejemplar de la novela de Luis Miguel Rivas que sería lanzada el viernes
siguiente en la Fiesta del Libro de Medellín. Juan hablaba con entusiasmo de
una escena en que unos vallenateros, luego de ganarse una buena suma de dinero
cantando para unos mafiosos, fueron a celebrar y a emborracharse en un bar de
tangos. Ese tipo de cosas pasan en Medellín, atiné o desatiné a comentar. Mi
atención ya estaba ganada, quería saber qué otras historias de este tipo se
contaban en esa novela, sorpresivamente mi amigo sacó otro ejemplar aún forrado
con el plástico y me lo entregó.
Crecer,
hacernos grandes, en ocasiones es el resultado de sufrir menos por lo que
cuando chicos sufríamos inmensamente. Era
más grande el muerto me trasladó a esa etapa de la vida en que todos los esfuerzos
estaban cifrados en aparentar para poder ser reconocido, ese afán lo retrata
muy bien Rivas en sus personajes. Como efecto de su lectura, recordé una escena
por allá a principios de la década de los noventa. Estaba en la casa de Pablo,
un compañero del colegio, este reparó en que mis tenis, unos Puma “chiviados”, estaban despegados por
la suela. Al mencionarlo traté de minimizar mi embarazo, le dije que esos eran
para ir al colegio cuando tocaba educación física, que en mi casa tenía varios
tenis originales en perfecto estado. Es una suerte de felicidad poder evocar la
mirada comprensiva y bondadosa de Pablo esa tarde, no replicó a mi mentira mal
pensada, tan solo fue por un tarro de pegamento y me señaló el tenis; sin
protestar, me lo quité y se lo entregué.
El
amor, como la amistad, está hecho de esas simples cosas que nos dan felicidad,
pequeñas esquelas que retornan en un caprichoso sistema de entregas y olvidos.
La evocación de esa escena fue un regalo empacado en un libro. La generosidad
de Pablo hacia ese muchacho que sufría por algo que se solucionaba con
pegamento de seguro no hubiera retornado si Juan Gabriel no me hubiese
presentado esta novela. Estas líneas fueron escritas en clave de ese
sentimiento y a la vez dádiva que llamamos amistad.
***
“Era
más grande el muerto” solía escucharse cuando alguien llevaba una prenda que le
quedaba holgada, cuando de lejos se notaba que no le pertenecía. Al lado de
este dicho había otra expresión que le hacía pareja, “el que con lo ajeno se
viste, en la calle lo desvisten”. Ambos fraseologismos, o frases hechas, que
conservan y expresan la sabiduría popular de las gentes, enmarcan la narración.
En efecto, esta es una novela popular, en el sentido de que rescata el habla
del pueblo; sin pretensiones ni complejos de inferioridad, escrita por un
sinvergüenza, es decir, por alguien que no teme mostrarse quizá peor de lo que
es. Lo que más resalta de la prosa es la inocencia y desparpajo con la que un
personaje narrador y un narrador omnisciente van contando una serie de hechos
cotidianos y nimios en medio de un mundo social que se resquebraja a punta de
balas y bombazos; eso sí, a ritmo de tangos, baladas, vallenatos, boleros y
“música americana”.
La
historia comienza con la descripción de los zapatos de Chepe: “Los zapatos más
caros y más pinchados y que dieran más estatus que usted pudiera imaginarse en
la Villalinda de esa época”. Estos zapatos fueron a parar a los pies de Yovani,
quien los compró en la morgue cuando ya Chepe no los iba a necesitar nunca más,
y fue el motivo por el cual se conoció con Manuel, narrador y personaje
principal de la historia. Este par de impávidos jóvenes, desesperados por
conseguir plata “pa’la mecha”, viven una serie de peripecias y aventuras por
andar vestidos con la ropa de un muerto que la organización mafiosa de la
ciudad tuvo que matar en varias ocasiones; en esa ciudad se mata hasta a los
cadáveres.
Estos
zapatos de Chepe, que daban el mayor estatus que se pudiera imaginar, cierran
también la narración. Manuel pretende conservarlos luego de que su amigo más
cercano muriera por el estallido de una bomba: “Pasé los dedos por los taches
de la suela y al llegar al talón halé. Descalcé a Yovani. Iba a meter los
zapatos a la mochila cuando sentí a los policías encima y los dejé caer al
suelo”. Manuel suelta los zapatos, acepta perder lo que daba más brillo en esa
ciudad, la apariencia de una vida opulenta y llena de fantasías realizadas, y
continúa su camino. La respuesta que le da a quien se acerca a pedirle plata,
describe su estado: “—No hay nada hermano.”
***
La
prosa es ágil y directa, sin digresiones ni eufemismos. Presenta una variación
ortográfica que remite a la invención de Saramago, quien utilizaba mayúscula
después de coma para marcar o indicar la entrada de otra voz. Empero el caso de
Rivas es aún más radical, pues utiliza la mayúscula, con este mismo fin, pero
sin estar antecedida de ningún signo de puntuación:
Acabé de desayunar y llevé el
plato a la cocina con mi mamá detrás y lavé la loza oyendo el chorro cayendo en
la vajilla mezclado con la voz chillona Es que no sirven es pa’taco ninguno de
los dos, creen que la plata cae del cielo, no valoran todo el sacrificio que
uno hace, y puse a secar la loza en la canastica de plástico rojo, y fui a
lavarme los dientes […]
La
cantaleta de la madre es un ingrediente esencial en la dieta de Manuel, hasta
la arepa le sabe a cantaleta. Si bien Manuel es quien cuenta la historia que se
va desarrollando en un presente continuo, hay otro personaje sobre el que
gravita la narración, uno que encarna al “patrón” del mal.
***
Claramente
es una ficción, la obra no se inscribe en lo que denominan novela histórica, o
la novela-ensayo al estilo de Vila Matas, o la novela-crónica como le gusta
jugar a Javier Cercas. La historia trascurre en Villalinda, una recreación de
la Medellín de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Años aciagos de la
guerra de los carteles de la droga y contra estos, época que podría definirse
como la Era Pablo Escobar, ahora más promocionada que nunca en series,
películas y novelas repletas de los lugares comunes que propagan la leyenda por
todo el continente. Contrario al manual de como triunfar con esas historias sin
mucho esfuerzo, Rivas ofrece otra mirada a este fenómeno, nos acerca a la
consolidación del narcotráfico desde su propagación e implementación en las
prácticas cotidianas. Rivas logra captar esa transición en las trasformaciones
urbanas con una sutileza llena de ingenio e ironía:
Uno podía ir por la calle y
decir, Los de aquella casa de ventanales polarizados y balcones de mármol
coronaron, Aquellos vecinos que tienen un solo garaje y echaron plancha apenas
están comenzando, A los de esa casa que se quedó con el cuarto piso a la mitad
y el hueco de la piscina sin terminar se les cayó el viaje, Estos del
antejardín con enanos de colores y el jacuzzi en el balcón están trabajando con
los más duros, El de la esquina que mantiene el mismo moridero de toda la vida
no está en la pomada. Y así.
El
pegamento, la razón por la que se mantienen gran parte de los conflictos es la
riqueza antes que la pobreza. Si bien Rivas quería contar la historia desde la
perspectiva de Manuel, un chichipato en sus términos, un joven del común, sin
plata y sin trabajo, ajeno al sicariato y al narcotráfico, al retratar a Don
Efrén, uno de los “dones” y manda-callar de Villalinda, muestra que los que
tienen mucha plata igual se comportan como chichipatos. La narración muestra
que a los ricos, incluso más que a los pobres, les preocupa aparentar antes que
ser. Así Don Efrén quiere rodearse de arte y cultura, no como un fin en sí
mismo, sino como un ardid o estratagema para alcanzar un propósito ordinario.
Don
Efrén contrató a un asesor para que le diera clases de decencia, buenos modales
y cultura. La misión del asesor era mejorar su imagen ante el público de la
ciudad, pero principalmente ante los ojos de Lorenita, única mujer que se había
atrevido a despreciarlo, y por bruto. Don Efrén solo pretendía que esta lo quisiese,
así tuviera que incursionar en eso de la cultura para conseguirlo: “Vea, mijo,
hágame el favor de ir a la librería y me trae tres volquetadas de libros de los
más bonitos, y que cuando Salsa arrancó lo volvió a llamar, No, vea, mejor
tráigame también feos, mezcladitos, que haya pa’todos los gustos”. Pero no
bastaba con esas excentricidades para que el patrón estuviera seguro de que el
plan para conquistar a Lorenita funcionaría, ya que el asesor le había dicho
que no era solo cuestión de cantidad sino de calidad, así que le encargó que le
consiguiera el libro más caro del mundo:
—Y cuál es la güevonada que tiene pues esto
pa’valer tanto –dijo al fin el patrón
—Es por lo antiguo. Y por lo que
está escrito, por lo que dice ahí –le contestó el asesor.
—Y cómo va a saberse lo que dice
ahí si no se entiende.
—Es que está en inglés antiguo.
—Pues claro que debe ser inglés
porque no se entiende. Yo tampoco soy tan bruto pa’no darme cuenta. ¿Pero qué
dice ahí?
—Son los salmos de la Biblia.
—¿Cómo así? ¿O sea que dice lo
mismo que dice en la biblia que tengo en el nochero?
—Pues… sí señor.
—¿Pagué cinco millones de dólares
por un libro que ya tengo? ¡No me crea tan pendejo!
Pronto
Don Efrén se impacientó con tanta cultura, dejó el traje nuevo del emperador y
se mostró tal como era: “Vea, mijo, no perdamos más tiempo. Yo no sirvo
pa’esto. Le voy a ser sincero, para lo único que necesito la cultura es pa’levantame
una chimba que me tiene enyerbado y le gustan esas cosas”. El duro de la
ciudad, a quien la mitad de la ciudad teme y la otra lo admira, ese que se
conquistó el corazón de los jóvenes, es tan solo un “vivo” que vive con la
muerte encima y la riega por todos lados.
***
Si
Colombia es un país de chichipatos lo es no solo por los pobres que les venden
el alma al diablo creyendo que así realizarán sus sueños de ascenso económico,
lo es principalmente porque muchos ricos (nuevos y viejos) saben que les basta
con aparentar ser honestos para apropiarse de los recursos públicos. Que amasan
y amansan sus fortunas a costas de saquear las arcas de un estado que los
ampara y desvía la mirada para iluminar la inseguridad.
Recrear
el pasado reciente, como lo hizo Rivas en esta novela, permite acercarnos a la
comprensión de nuestra realidad nacional, sin patetismos ni melodramas. El
humor es un poderoso antídoto para no sucumbir ante la desesperanza, ni caer en
amarillismos taquilleros. Pero más allá de esto, la lectura y el comentario de
esta novela me hizo palpable la relación tan estrecha que existe entre
literatura y amistad. Leemos y escribimos tal vez para que nuestros amigos no
nos dejen de querer. En tiempos en que vivir es una guerra de ratas por
ascender la pirámide del éxito, tal vez la amistad sea lo único que nos pueda
librar por momentos del “sálvese quien pueda”. Es grato tener amigos que te
sugieran libros como este.